El passat dimarts, vora la platja de Binibèquer, va aparèixer una tortuga marina adulta, morta per un gran tall a la closca. Una gent va remolcar el cos fins la costa.
Es va activar el protocol avisant al 112 i l’animal va ser recollit per a poder-li fer l’autòpsia. El cadàver de la tortuga presentava clarament una fractura prominent a la part posterior de la closca, una lesió conseqüent molt compatible amb la d’haver col·lisionat amb una hèlix d’embarcació. A la mar hi ha poques coses que puguin provocar un trenc d’aquesta dimensió al dors d’una tortuga marina, i per la gran dimensió del trenc i el tall net i lineal que presentava, el personal del Centre de Recuperació descarta que fos degut a l’atac de tauró.
Desgraciadament, la col·lisió d’embarcacions amb tortugues i cetacis al Mediterrani ja és un fenomen considerat freqüent en les causes de mort. La situació de massificació nàutica genera inseguretat per les espècies protegides que viuen en aquest hàbitats.
Per fer-nos una idea, l’any 2010 es van comptabilitzar que entre ports i camps de boies de Menorca hi havia capacitats per amarrar 4000 embarcacions. L’any passat, des del GOB es va fer un recompte de l’oferta nàutica actual, demanant les dades a les diferents administracions que gestionen el litoral i fent recomptes visuals. La dada obtinguda ascendeix ja a 5453 amarraments, sense tenir en compte les places de marines seques o les embarcacions que venen fora de l’illa.
Els ecosistemes marins que banyen i conformen les nostres costes són una part imprescindible de l’illa. El paisatge de roques escarpades i fosques del nord de l’illa i, les platges llargues d’arena blanca del sud, constitueixen aquest litoral. Una costa que és font de riquesa ambiental, la conservació del qual ha estat clau per convertir-se en la fotografia que residents i visitants tenen de Menorca.
La indústria de la nàutica recreativa és una de les fonts econòmiques que més doblers genera en molt poc temps. Però no és una activitat innòcua i sense impacte. La massificació turística sense limitacions provoca, en una illa on la mar és un atractiu natural, l’augment també sense fre de les embarcacions.
Aquest escenari connecta amb la desprotecció normativa i la falta de control sobre el que hi passa. Amb tot s’obra una llista d’impactes que vulneren els nostre entorn: grans embarcacions a molta velocitat; fondejos a prop de les cales i platges verges; fondejos il·legals sobre posidònia oceànica i altes fanerògames marines; atropellaments i col·lisions amb altres embarcacions; i impactes amb cetacis i tortugues marines.
La mar sempre ha estat un element imprescindible en la vida i la cultura dels menorquins i menorquines. De sempre, s’ha sabut que cal tenir respecte en cas de mal temps. Hores d’ara, la inseguretat a la mar, no ve de les forces de la naturalesa, sinó dels impactes que els humans hi estem generant.
Frenar la dinàmica d’anar augmentant el nombre d’amarraments sense fi, regular millor la distància de seguretat des de la costa, controlar la velocitat a què es desplacen les embarcacions i evitar els episodis de contaminació descontrolada per sentines, olis i combustibles, són passes que cada usuari responsable ha d’incorporar, per tal que el nostre oci no sigui a costa dels valors que l’illa ens regala, com les tortugues marines.
“El GOB diu això”, “el GOB diu allò…”
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3 respostes
Tota sa raò
Efectes ssecundaris d’un turisme massificat i descontrolat per les administracions
Las embarcaciones pequenas…?
Gigantes del mar en el corazón de la ciudad: el impacto oculto de los cruceros en Venecia y Mahón
En una mañana clara de verano, el silencio del puerto de Mahón se rompe con un rugido sordo: un coloso blanco de más de 200 metros de eslora entra lentamente en la bahía. En cubierta, miles de turistas se preparan para desembarcar; en tierra, los vecinos observan con una mezcla de fascinación y preocupación. La escena es similar en muchos puertos históricos del Mediterráneo, desde Venecia hasta Dubrovnik: barcos de crucero que se instalan en pleno centro urbano, a pocos metros de viviendas, monumentos y calles estrechas.
Detrás de esta postal turística se esconde un coste invisible, pero enorme, para el medio ambiente y para las ciudades que los acogen.
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Aire envenenado en pleno casco histórico
Los cruceros funcionan como auténticas ciudades flotantes, con consumos energéticos equivalentes a decenas de miles de hogares. La diferencia es que, en lugar de estar conectados a la red eléctrica, queman fueloil pesado, uno de los combustibles más contaminantes del planeta.
Incluso atracados, los motores siguen encendidos para abastecer de electricidad a bordo. El resultado: emisiones masivas de dióxido de azufre, óxidos de nitrógeno y partículas ultrafinas que flotan sobre el casco histórico. Según estudios europeos, un solo crucero puede emitir más azufre en un día que decenas de miles de automóviles. En Venecia, antes de la prohibición parcial de los grandes buques en 2021, las emisiones de SOₓ alcanzaban las 27 500 toneladas anuales.
Tras las restricciones, los niveles de contaminación se redujeron drásticamente —un 80 % menos de emisiones de azufre—, prueba del impacto directo que estos barcos tienen sobre el aire que respiran los residentes.
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El mar también paga la factura
No es solo el aire. Cada día, un crucero con 3 000 pasajeros a bordo puede generar hasta un millón de litros de aguas residuales entre aguas negras y grises. Aunque algunos barcos modernos cuentan con sistemas de depuración, muchos puertos mediterráneos carecen de capacidad para controlar lo que realmente se vierte al mar.
Además, las aguas de lastre descargadas traen consigo organismos que amenazan con alterar ecosistemas locales. En Mahón, las praderas de posidonia —auténticos pulmones marinos del Mediterráneo— sufren tanto por la contaminación como por el anclaje de los barcos. Cada cadena arrojada al fondo arranca metros cuadrados de esta planta milenaria.
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Ruido, vibraciones y una ciudad sitiada
En Venecia, los vecinos del Riva dei Sette Martiri conocen bien el temblor de los cristales cuando un crucero pasa a pocos metros de sus casas. El ruido, las vibraciones y el humo se han convertido en parte del paisaje cotidiano. Y, más allá de las molestias, existe el riesgo físico: en 2019, el MSC Opera chocó contra un barco turístico en el canal de la Giudecca, un accidente que encendió todas las alarmas.
Pero el impacto no termina en el agua ni en el aire: también transforma la vida urbana. El desembarco repentino de miles de visitantes satura las calles, museos y plazas. En Venecia, los cruceristas representan el 73 % de los visitantes anuales, pero generan solo el 18 % de los ingresos turísticos, frente al turismo de estancia más prolongada. El resultado es un modelo de “sobreturismo exprés” que presiona los servicios locales sin dejar beneficios proporcionales.
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Soluciones a la vista, pero insuficientes
Algunas ciudades han empezado a reaccionar. En Venecia, los grandes cruceros ya no pueden atravesar la laguna; en Cannes, se prohibirá en 2026 la entrada de barcos con más de 5 000 pasajeros. En Barcelona, Palma y Lisboa se instalan sistemas de conexión eléctrica en puerto, que permiten a los barcos apagar motores y enchufarse a la red terrestre.
Las navieras, por su parte, anuncian barcos propulsados con gas natural licuado (GNL), híbridos eléctricos y sistemas de reciclaje más avanzados. Pero los expertos advierten: mientras el modelo de turismo de masas en cruceros siga creciendo, ninguna mejora tecnológica será suficiente para neutralizar el impacto.
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Entre la postal y la protesta
En Mahón, como en Venecia, las imágenes de un crucero gigantesco eclipsando la silueta de la ciudad despiertan sentimientos encontrados. Para algunos, es un motor económico que trae clientes a restaurantes y tiendas. Para otros, un símbolo de un turismo depredador que erosiona el paisaje, contamina el aire y reduce la calidad de vida.
Los movimientos ciudadanos crecen: en Venecia, el lema No Grandi Navi se convirtió en bandera de resistencia cultural; en Baleares, asociaciones ecologistas y vecinales exigen límites estrictos a la llegada de estos colosos.
La pregunta de fondo sigue abierta: ¿es posible conciliar la imagen idílica del crucero en el corazón de una ciudad histórica con la necesidad urgente de proteger el medio ambiente y la vida urbana? Por ahora, las ciudades más valientes han respondido con restricciones. Y quizás Mahón deba decidir pronto de qué lado de la historia quiere estar.